Por Dardo Gasparre

Por qué el relato pragmático de Cambiemos no sirve

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19/11/2017 | 11:14

Entre la improvisación en asuntos claves y un cúmulo de medidas contraproducentes, la coalición gobernante parece empeñada en repetir errores y vicios del pasado, con la ilusión de que el resultado esta vez sea positivo

Hay un legado de Cristina Kirchner que es indeleble, inmutable, que no se le ha reconocido y acaso nunca se le reconozca: el del relato. El desprecio por el valor de la palabra – o de las palabras. Cambiemos parece haber heredado, junto con otras herencias recibidas, ese atributo que utiliza con generosidad.

Hace un año, por caso, el Gobierno explicó detalladamente cómo los fondos provenientes del impuesto al blanqueo de activos se aplicarían a saldar la injusticia del sistema jubilatorio. A eso le denominó Reparación Histórica. Dejando de lado el detalle de que los juicios que pierde en firme siguen siendo ignorados rampantemente por la ANSES – y aún sancionados sus actores con discriminación – esa pomposa Reparación Histórica acaba de morir en el Gran Acuerdo firmado el jueves, con otros argumentos, ahora basados en la insolvencia del sistema, como si el resto de la economía del país no mereciera igual ajuste por insolvencia, que obviamente se omite. A su vez, ese Gran Acuerdo suple la función del Congreso, imponiéndole de antemano un grupo de leyes.

Posverdad constitucional corporativa.

Esa irrespetuosidad con los jubilados debería llamarse inseguridad jurídica, pero ese concepto sólo parece existir para las empresas que contratan con el Estado y algunos factores amigos, o por lo menos lo parece. "El sistema es de reparto", dicen los expertos, como si eso explicara la estafa. Todo el Estado es un sistema de reparto y mucho más injusto. Pero el sistema ajusta por lo más delgado. La devaluación de la palabra, diría el maestro Kovadloff.

El ala progresista de Cambiemos, contradictoriamente, avanza con ideas fracasadas que no sirven para los fines que pretenden. Ley de alquileres, defensa de la competencia, banco de alimentos, aumento de licencia por paternidad, bono anual a piqueteros pero no a jubilados ni a trabajadores. Al mismo tiempo, rechaza las acusaciones de neoliberalismo refirmando el error: "No hemos echado a nadie", "los salarios han aumentado por encima de la inflación", "no privatizaremos ni cerraremos las empresas del Estado". Una catarata de frases y títulos que eluden enfrentar una cuestión central: el facilismo de querer resolver la pobreza con repartija. Progresismo y pobreza se han transformado en vocablos del relato.

También ese juego continuo de palabras se aplica a la prestidigitación tributaria por la que los impuestos que suben son buenos, y se aplican desde ahora, y los que son malos irán bajando (si los dioses quieren) en varios años, por un total insuficiente. Al mismo tiempo, la reforma laboral – nombre pretencioso si los hay – es como máximo un propósito difuso no se sabe bien de qué, pero que ya agoniza entre titulares de diarios efectistas y a veces complacientes, licuada por los empresindicalistas millonarios.

Pocos ejemplos mejores de relato es lo que ocurre en la lucha contra la inflación. El Tesoro contrae deuda en dólares y se los "vende" al Banco Central, que muestra orgulloso su aumento de reservas mientras imprime pesos para pagarle al Tesoro, que los gasta. O sea incrementa la emisión-inflación. De inmediato, el Banco Central, sale al mercado a recuperar los pesos que acaba de emitir subiendo la tasa de las Lebacs todo lo necesario para reabsorberlos. Como el Central y el Estado somos nosotros, cuando se simplifica la ecuación resulta que el país está pagando intereses dos veces, en dólares y luego en pesos, simplemente para mostrar más reservas. Y sin poder bajar la inflación en proporción a los costos de semejante delirio.

Dentro de ese delirio, o desesperación, se inscribe la orden a las compañías de seguro de no comprar Lebacs, sino instrumentos hipotecarios de largo plazo, que se estrella contra lo que el propio primer mandatario predica sobre libertad económica. También evitaré al lector las referencias a otras notas donde anticipé estas incoherencias, lo que no es un mérito.

Cambiemos no tiene una ideología liberal, ni parecida. Eso es sabido desde siempre, más allá de los intentos del contrarelato de la oposición de correrlo con eso. No está en el ADN de Macri ni del radicalismo, ni de Marcos Peña, ni acaso de la propia sociedad infantilizada por el populismo.

Tampoco el oficialismo es realmente progresista, pese a los sectores internos que creen en la idea romántica del reparto, el ultra activismo estatal, la justicia social decretada, el solidarismo y la bondad infinita. Porque las medidas que se toman en tal sentido en realidad serán contraproducentes para ayudar a los sectores que suponen ayudar, basta con ver cifras mundiales.

No es tampoco nacionalista, pese a ser proteccionista, porque de serlo no permitiría la gravísima ruptura deliberada y sistemática del orden social que significa la acción del RAM en la Patagonia y marcaría una presencia militar muy importante en el área.

Es más bien pragmatista político. Eso lo lleva a contradicciones como subsidiar a los veraneantes en Mar del Plata, o a crear un sistema de espionaje para los consorcistas de edificios en CABA, a endeudarse para comprar con otro modo de Banelco a los gobernadores, a poner un impuesto a la renta financiera para inmediatamente después decir que no tendrá efectos significativos.

A mantener directamente a delincuentes en las estructuras del Estado, o a nombrar embajadores improvisados en países en que se requeriría una expertise profesional de alto nivel. Allí se incluye la frase insignia: "Si hiciéramos lo que deberíamos, nos queman el país", que es de esperar no apliquen nunca nuestros médicos. Ese pragmatismo lo lleva a tener fe en que, haciendo lo mismo de siempre, esta vez el futuro será mejor.

Y queda por analizar el gasto del Estado, que, pese a las enfáticas declaraciones del presidente Macri, sigue firme y creciendo. Salvo la solución final al tema de los jubilados, el ahorro vía aumento de tarifas y un difuso "ajuste de la política", la fiesta continúa. Basta leer las designaciones de los boletines o diarios oficiales. Ahí hay otro relato: "el gasto bajará porcentualmente cuando crezca la economía".

Para no gastar mi espacio con links, no citaré mis notas en este diario explicando por qué ese concepto nunca funcionará. En una reciente declaración pública, el jefe de Gabinete ha dicho: "No hay desarrollo económico posible sin desarrollo social". El ministro sufre de dislexia económico-política, la frase adecuada es: no hay desarrollo social posible sin desarrollo económico. No habría que comprarse el propio relato.

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