Recordar la epopeya sanmartiniana significa también, pensar nuevamente en la participación que tuvieron las mujeres, quienes a pesar de que San MartÃn no querÃa en sus ejércitos y en especial en el cruce de la cordillera que ellas estuvieran presentes, solamente quedó en una expresión de deseo porque también aquà la imagen de las mujeres se hizo fuerte y aunque la historia las relegó, hoy y siempre habrá un tiempo para rescatarlas y homenajearlas.
De distintas maneras ellas se hacÃan visibles: las madres entregaban a sus hijos al ejército; las novias exigÃan como condición indispensable para unirse al hombre que éste se enrolase en el ejército y se fuera a Chile.
Pensar en la patria que nacÃa significaba que ellas debÃan ofrendar además del corazón y de la fe, el trabajo. Todas las mujeres patriotas de Mendoza se ennoblecieron hilando, tejiendo, cosiendo para los soldados que se disponÃan a cruzar la cordillera, fueron muchas las casas donde se reunÃa la vecindad convirtiéndose en talleres de costura de donde surgieron las ropas que usarÃa la tropa. No pasaba un dÃa sin que dejara de llegar alguna mujer, a veces muy pobre, que habÃa recorrido leguas de distancia para entregarle al general un poncho para abrigar a un soldado; o alimentos que les ayudarÃa a soportar el frÃo.
Todas trabajaban entusiastas hasta en los olvidados conventos de
paredes de barros, con techos de paja, la cruz como sÃmbolo y adentro, las monjas que, además de rezar hacÃan vendas que servirÃan para curar a los soldados en el campo de batalla
Felipe Pigna en su libro “Mujeres tenÃan que ser†rescata el caso de dos mujeres. Una, llamada Pascuala Meneses que se vistió de varón y se presentó como voluntaria. Incorporada a una de las columnas fue descubierta su identidad en plena marcha y se la hizo volver a Mendoza. La otra, Josefa Tenorio logró lo que se habÃa propuesto, para sorpresa de San MartÃn quien al regresar se encontró con una carta que decÃa: “…Habiendo corrido el rumor de que el enemigo intentaba volver para esclavizar otra vez a la patria, me vestà de hombre y corrà presurosa al cuartel a recibir órdenes y a tomar el fusil. El Gral. Las Heras me confió una bandera para que la lleve y defienda con honor. Agregada al Cuerpo del Comandante Gral. Don Toribio Dávalos, sufrà todo el rigor de la campaña. Mi sexo no ha sido impedimento para ser útil a la patria, y si en un varón es toda recomendación de valor, en una mujer es extraordinario tenerlo. Suplico a V.E . que examine lo que presento y juro. Y se sirva declarar mi libertad que es lo único que apetezcoâ€..Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar (rescatado de Vera Pichel “La mujer en la emancipación) La respuesta del Gral. San MartÃn figura en los archivos históricos : “Téngase presente a la suplicante en el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos.â€
A ellas , a las mujeres, también se debe la bandera de los Andes y cuenta la historia que en la navidad de 1816, mientras compartÃan la cena navideña San MartÃn, su esposa Remedios, Gregorio de Las Heras, Manuela Escalada, Merceditas Zapata entre otras, luego del brindis, San MartÃn comentó la necesidad de tener una bandera que identificara al ejército. La que recogió el guante fue su esposa quien junto a otras damas recorrieron los negocios de Mendoza buscando hilos y telas y mientras Remedios se dedicó a la costura, otras preparaban las sedas para bordarlas.
La integridad moral y espiritual de las mujeres cumplió un papel fundamental en las campañas libertadoras a Chile y Perú. Sin distinción de razas y clase social, dieron lo que estaba a su alcance. Refiriéndose a la donación voluntaria de alhajas, un testigo de los acontecimientos, el general Espejo escribió: "Es el caso que los patriotas de toda clase y rango, los menestrales mismos en sus artes y oficio, los padres de familia en fin, ya habÃan hecho toda clase de demostraciones por su parte -dice el general Espejo-; pero el sexo hermoso, las matronas, si se exceptúan las obras de costura de vestuarios de tropa, y otros actos humanitarios, no habÃan hecho todavÃa algo notable por la suya. En este concepto discurrieron en secreto, circular de casa en casa, una invitación para dÃa fijo. A la hora convenida se reunió una gran comitiva de las de más alta clase, que se dirigió al salón del Cabildo encabezada por la señora doña MarÃa de los Remedios Escalada de San MartÃn. Recibidas que fueron en audiencia pública, la señora que encabezaba la reunión, en pocas pero muy marcadas palabras expuso el motivo que las conducÃa. Dijo que no le era desconocido el riesgo que amenazaba a los seres más queridos de su corazón, ni la penuria del tesoro, ni la magnitud de los sacrificios que demandaba la conservación de la libertad. Que los diamantes y las perlas sentarÃan mal en la angustiosa situación en que se veÃa la provincia, y peor si por desgracia volviésemos a arrastrar las cadenas de un nuevo vasallaje, razón por la que preferÃan oblarlas en aras de la patria, en el deseo de contribuir al triunfo de la sagrada causa de los argentinos. Y entre los transportes de los más patéticos sentimientos se despojaron allà de sus alhajas y presentaron muchos objetos de valor, de los que se tomó razón individual para dar cuenta a la autoridad..." Este mismo acontecimiento fue narrado por Juan MartÃn de Pueyrredón, quién señaló que San MartÃn dijo a su esposa: "Remedios sé tú quien dé el ejemplo, entregando tus alhajas para los gastos de la guerra. La esposa de un general republicano no debe gastar objetos de lujo cuando la patria está en peligro. Con un simple vestido estarás más elegante y te amará mucho más tu esposo.", gesto que fue imitado por las damas sanjuaninas y puntanas.
También están aquellas que curaron a los soldados, que debido a los fuertes vientos la conjuntivitis dañaba los ojos y fueron ellas las que se los limpiaban con infusiones, curaron quebraduras, se metÃan en los campos de batalla para aliviar a los heridos, eran ellas las que abrÃan sus lesiones para limpiar las infecciones y sin embargo, como ya sabemos, en la historia de la humanidad, la presencia de la mujer, generalmente, ha pasado inadvertida. Pero a pesar del silencio, del poco reconocimiento de otros tiempos hoy estamos al tanto de que la historia también la escribieron ellas, las mujeres, las heroÃnas, las pensadoras, las descubridoras y las luchadoras, que participaron tanto como el hombre en la construcción de esta patria bajo cuyo cielo nos cobijamos todos los argentinos y soñamos con verla verdaderamente grande, verdaderamente libre, verdaderamente independiente.
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