Recurro a la frase pronunciada por Luis Lozano, “Tejo una ficción para hipnotizar al lector”, el ganador del premio Clarín 2011 con la novela “Lloverá sobre nosotros” para ejemplificar de alguna manera lo que este cuento titulado “La noche inmensa“ de Irma Verolín ha provocado en mí mientras lo leía y volvía a leerlo. Todavía hoy después de haber perdido la cuenta de las veces que he viajado por esta historia se generan interrogantes y cuestiones que se abren después del primer sacudón que genera el encuentro con las palabras de esta ficción.
Quizás este volver a la palabra tenga que ver con lo que la misma escritora ha expresado en relación a esto diciendo que la palabra tradicionalmente está peleada con el camino espiritual porque la experiencia espiritual no se puede traducir mediante el lenguaje, es como afirmaban los místicos medievales, intransferible… Ese ir y venir desde la palabra al silencio, a la interioridad, a la búsqueda de respuestas (no sé por qué siempre tiendo a querer encontrar las respuestas), a meterse en la historia , en la piel de los personajes, particularmente, me imaginé estar en el lugar de la persona que narra, quise estar en el lugar del otro, sentir lo que ese momento a través de la sola pronunciación de un enunciado “Tu madre se fue al cielo” generó en ella cuando toda la significación de la frase la cubrió con el manto de la incertidumbre y la soledad .
Me resulta muy difícil enhebrar ideas en relación a esta ficción porque el delgado hilo en el que se mueve la realidad de la ficción es el delgado hilo en el que se mueve la vida y la muerte, en esa pequeña grieta donde la vida y la muerte juegan a las escondidas, pienso en la maravilla de la palabra y las maneras de decir lo incierto
Con respecto al milagro de la palabra, y aunque el valor de la misma esté tan corroído en una sociedad donde se la malgasta, se la vacía de significado, o se la vende muy barata como en los discursos de algunos políticos o en la publicidad , o en el lenguaje de algunos medios de comunicación, es, entonces desde el campo de la literatura donde percibo que ella es capaz de trasladarme al plano de lo espiritual, la que sensibiliza el alma como cuando una se siente fascinada por un paisaje natural. Las primeras palabras de este cuento provocan eso, la posibilidad de meterse como lector en ese tiempo, en ese momento del día donde la fragilidad de los segundos hace que a la tarde le siga la noche. Algunos hablan del crepúsculo, ese momento en el cual el cielo se ve iluminado por la luz del sol y se tiñe de colores que van a ir cediendo su espacio para pintarse de oscuridad.” La luz de la tarde se había ido achicando hacia atrás y hacia abajo, como si algo muy desde el fondo se la hubiese tragado. Poco a poco y, al parecer, medio mordida por el fondo, se había aferrado a un azul, a un lila, hasta convertirse en noche” y una piensa en todo lo que trae aparejada la noche, la inmensidad, la confusión, las sombras, lo oculto, lo velado, lo secreto, lo misterioso. Y si bien ella estaba como amparada entre los cuatro lados de la ventana, sabía que la noche estaba ahí, inmensa y descomunal, gigantesca y monstruosa, silenciosa e imponente. Silencio que se vio agitado por el sonido del teléfono. Lo que hizo que girara el punto de vista y sus ojos se fijaran en el picaporte.
Y nuevamente aparece la palabra para decir, para comunicar, para amparar, para transmitir solamente el acto en el que ese hilo delgado se corta para que toda la incertidumbre se ponga de pie ante la presencia de la muerte. “…Giré la cabeza. Entonces me quedé mirando el picaporte de la puerta con mucha atención. Brillaba. Era de bronce y brillaba con lujo y alarde. Yo seguía mirándolo cuando fue presionado y entró la abuela. Ella tenía los ojos enrojecidos; estuvo apoyada contra el marco de la puerta durante un rato. Luego espiró el rectángulo de la ventana y, ahí mismo, en ese preciso instante, me pareció que los ojos se le caían de la cara. Quizá se le cayeron porque bajó de repente la cabeza y ya no pude vérselos. En seguida dijo: Tu mamá se fue al cielo…”
Y la noche se hizo más oscura todavía, más inmensa todavía donde las sombras se presentaban ante la dificultad de entender el mensaje pronunciado por la abuela. Y la soledad la cubrió. Y aquí es donde como lector uno se pone en el lugar del otro, cómo soportar esas palabras, cómo llenarlas de significado, cómo entender la pérdida, la ausencia. Y la conmoción da lugar a este sentimiento de orfandad que se va instalando poco a poco en el interior de uno.
Y nuevamente aparece el poder de la palabra, cómo encontrar las palabras apropiadas para transmitir, para contener, para amparar ante el desamparo total, cómo resistir el impacto que provocan las palabras, palabras pronunciadas desde el propio dolor sin medir el dolor ajeno, cómo soportar la herida en soledad cuando tanto abuela como nieta podrían haber encontrado en un abrazo la contención a tanto dolor. Y entonces nuevamente la ventana y la noche vuelven a ser el eje de la mirada, el refugio para tratar de entender lo inentendible y la necesidad del otro y la noche se vuelve entonces más inmensa, más eterna, tan eterna como la ausencia de la madre y tan real como la necesidad de confundirse en una abrazo para mitigar tanto dolor.
Y me pregunto entonces si puede un cuento atrapar al lector desde la primeras palabras, si es posible que pueda cautivar la atención desde el inicio y me digo que este cuento de Irma Verolìn camina por ese sendero en el que el lector se siente capturado, hipnotizado, en esa línea delgada donde la ficción y la realidad se dan la mano en un juego de palabras para que estas vuelvan en toda su esencia a nombrar el mundo.
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