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“Novac” Djokovic, N° 1 en estupidez

Los fans liderados por el propio padre de Djokovic se movilizaron en Belgrado para apoyar el reclamo y que pueda ingresar en Australia por el Open. Foto AP

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10/01/2022 | 06:08

Novak Djokovic mandó un mensaje a sus nueve millones de seguidores en Twitter el 1° de enero. “¡Feliz año nuevo!” escribió el feliz tenista. “Deseándoles a todos salud, amor y alegría en cada momento y que sientan amor y respeto por todos los seres en este maravilloso planeta.” Agregó: “Me voy para Australia...¡Vamos 2022!”

Poca alegría estará sintiendo hoy, y menos amor o respeto hacia los seres planetarios que representan el gobierno de Australia. Nada más llegar al aeropuerto de Melbourne, ciudad donde se suponía que iba a competir en el Abierto de Australia, el deportista antivacunas más famoso del mundo fue condenado a pasar la noche bajo la custodia de dos policías. El día siguiente lo encarcelaron en una habitación de hotel para refugiados sin papeles y ahí sigue, tres días después, pendiente de que lo deporten.

Los organizadores del primer Grand Slam del año pensaban que en el caso del tenista número uno se podían saltar las rigurosísimas medidas que Australia impone al resto de los mortales en su campaña contra la Covid. Le comunicaron la buena nueva a Djokovic y él se la creyó también, eufórico ante la posibilidad de ganar el torneo por décima vez y superar a sus grandes rivales Rafa Nadal y Roger Federer en cuanto a torneos de Grand Slam acumulados. Hoy los tres están igualados a veinte.

Scott Morrison, el primer ministro australiano, le aguó la fiesta al serbio, respondiendo a su tuit con otro mientras éste seguía en el aire: “La visa del Señor Djokovic ha sido cancelada… Nadie está encima de estas reglas.” La particular regla que le jorobó el plan al serbio, no exactamente exclusiva a Australia, es que para entrar en el país hay que dar prueba de haber sido vacunado contra el Covid.

Cuando defiendes un principio a capa y espada, o a capa y raqueta, perderás amigos pero ganarás otros. Ante la remota posibilidad de que un juez australiano declare que el primer ministro se equivocó y sí pueda competir en el Open, el tenista se tendrá que preparar para recibir más insultos que Neymar en un Argentina-Brasil. Hay mucho rencor entre los australianos al trato excepcional que se le pretendió dar por ser rico, famoso y hábil con la pelotita amarilla. Pero existe un consuelo. Pase lo que pase, Djokovic se convirtió ya en el mártir y héroe del antivacunismo, el Mandela de la causa que defienden decenas de millones de seres en lo que él llama nuestro maravilloso planeta.

Tiene su punto admirable, eso sí, estar dispuesto a perder la oportunidad de coronarte el mejor de todos los tiempos, y millones en patrocinios, por una cuestión de principios. Pero uno se pregunta si ahí en la soledad de su celda Djokovic empieza a dudar. Esto no es Muhammad Ali abandonando su corona de campeón del mundo de boxeo por su oposición a la guerra de Vietnam. Esto no es una lucha contra la esclavitud, o contra el fascismo, o por la justicia y la democracia.

El invento de las vacunas a los pocos meses del comienzo de la pandemia es una de las grandes hazañas de la historia de la humanidad. Djokovic no lo ve así, pero ¿se estará ponderando si perderlo todo, su reputación incluida, en nombre de una bandera tan banal es un precio que vale la pena pagar? Si es como el resto de sus correligionarios, no. Leí un artículo el otro día en The Times de Londres titulado “Cómo discutir con un antivaxxer”. Ofrece una lista de argumentos científicamente irrefutables, rebatiendo entre varias mentiras la de que miles han muerto como consecuencia directa de vacunarse. Pero no va a servir para nada. Cuantas más pruebas en contra, más los creyentes endurecen la fe.

Es que como con la religión, o con la ideología, o con los que rezan ante el altar de Donald Trump, tu dogma se convierte en una parte tan elemental de tu ser que no hay fuerza ni en la tierra ni en el cielo que la mueva. Estamos hablando del Everest que todos llevamos dentro, la vanidad. Reconocer que te has ha equivocado en algo tan intrínseco para tu idea de quién eres frente al mundo es demasiado duro, es una humillación que nuestros frágiles egos no soportan. Soy antivacunas ergo sum. Si no, no sum nada.

Argumentar en contra de los Djokovic de este mundo se vuelve aún más imposible por la paranoia que llevan dentro. Por más pura que sea tu lógica nunca ganarás el argumento y cuanto más insistas más se empezará a convencer el paranoico de que tu formas parte de la gran conspiración. A mí como periodista se me sospechará, como al del Times, de recibir dinero de las farmacéuticas. O, como todos los demás que no comparten sus fantasías, de ser unos borregos. Los antivacunas se ha inventado una palabra en inglés para definirnos: sheeple. Una mezcla de sheep, oveja, y people, gente.

Propongo un pequeño cambio al nombre del que es hoy el mejor tenista del mundo. Cambiar la k por una c y llamarle Novac Djokovic. Y ya que se ha convertido en el estandarte y rey del movimiento -o, mejor dicho, de la máquina de rumores- que representa, llamar de ahora en adelante a todos los antivacunas “Novacs”, una palabra que rápidamente se convertiría, como Trumpista o tierraplanista, en sinónimo de idiota.

El día de Navidad despegó el telescopio espacial James Webb hacia el más allá, específicamente a un punto situado a 1,5 millón de kilómetros de la Tierra. Uno de los objetivos es buscar vida extraterrestre. Comparto con el célebre físico teórico estadounidense Michio Kaku la opinión de que encontrarla podría ser “el error más grande de la historia humana”.

Dice Kaku que podrían llegar como conquistadores, en plan inmisericorde como Hernán Cortés. Lo mejor que podría ocurrir es que, antes de iniciar la carnicería, se detuvieran a observar a ídolos como Djokovic o Trump y, por temor a morirse de la risa o por no perder el tiempo con una especie tan poco evolucionada, se dieran media vuelta y volvieran a su casa, boquiabiertos ante tanta estupidez.

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